José Fernando Ocampo T., periódico de la CUT, octubre de 2011
El periódico El País de España titulaba uno de sus artículos sobre la crisis económica de Europa, el domingo 11 de septiembre, a propósito de la tragedia de las torres gemelas en Nueva York: “Europa siente el vértigo del abismo”. El ministro de Finanzas alemán, Wolfang Schäube, le decía la misma semana a sus parlamentarios en una sesión privada: “estamos al borde del desastre”. Y el profesor de la Universidad de Granada en España Santiago Carbó se refería a los planes de rescate de la economía griega: “los líderes europeos deberían tener las ambulancias preparadas”. Luis Doncel en El País comenzaba su artículo de análisis sobre la crisis afirmando: “El euro no funciona.” Se derrumbó primero la economía de Islandia, siguió la de Irlanda, vino después la caída de Grecia, siguió la de Portugal, están en riesgo inminente la de Italia y la de España, y siguen en salmuera casi todas las economías que hacen parte de la Unión Europea, aunque se mantengan las de los países que dominan la moneda común del euro, es decir, Alemania, Francia, Gran Bretaña, en donde, por medidas de austeridad, se han dado levantamientos populares inusitados.
Si por Europa llueve, por Estados Unidos no escampa. No son pocos los economistas que en ese país defienden que la crisis económica de 2008 no ha pasado y que 2011 puede asemejarse a fechas infaustas para la economía estadounidense como 1914 (Primera Guerra Mundial), 1929 (la Gran Crisis), 1939 (Segunda Guerra Mundial). En el Daily Telegraph de Londres, el 6 de agosto de este año, el columnista Peter Oborne planteaba que “en este momento parece terriblemente posible que 2011 se añada a esas cuatro fechas”. Y añadía que, por primera vez desde que se califican los países, “la tesorería de Estados Unidos ha sido despojada de su calificación triple A, lo que puede ser el comienzo de un proceso que conduzca a que el dólar pierda su estatus vital de reserva monetaria mundial.” Un periódico que representa la bolsa de Nueva York y el sector financiero de Estados Unidos como Wall Street Journal planteaba cuatro posibles salidas a la crisis, ninguna de las cuales parecía viable: 1) una política monetaria, agotada por todas las medidas del la Reserva Federal que no puede bajar más las tasas de interés; 2) utilizar el gasto público como lo hizo F. D. Roosevelt en la crisis del 30 a la que se le opone un Congreso con mayoría republicana; 3) una devaluación del dólar que cargaría la crisis sobre Europa y otros países, además de debilitar más el dólar; 4) que la Reserva Federal se arriesgue a una inflación enloquecida a la que Estados Unidos nunca se le ha medido. Y como lo más posible es que ninguna funcionaría, el columnista termina vaticinando que la crisis, en el mejor de los casos, podría estar durando diez años.
Hace veinte años, el gran historiador estadounidense de la Universidad de Yale, Paul Kennedy, publicó en inglés el libro Auge y caída de las grandes potencias, traducido al español por Plaza y Janés en 1994, en el cual analizaba a fondo la posible caída de Estados Unidos y de la Unión Soviética. Los datos sobre la decadencia de Estados Unidos, la primera potencia mundial, eran abrumadores. No se acababa de reponer de su derrota de 1975 en Vietnam con un ejército de medio millón de soldados. Ya planteaba también Paul Kennedy que la fiebre armamentista de los soviéticos no resistiría el frenético gasto militar. Dos años después de la publicación del libro, cae el muro de Berlín y el jefe del gobierno soviético, Mijail Gorvachov, tiene que arrodillarse ante Estados Unidos para que le venda trigo. Paul Kennedy había planteado la crisis militar por la invasión de Afganistán desde 1979 y su crisis económica a la que la llevaría el abandono de la agricultura. Hoy aquel brillante análisis parece profético. Se hundió la Unión Soviética y la crisis estadounidense se proyecta hacia un futuro bien incierto. Las dos guerras que condujeron la superpotencia norteamericana a invadir Irak y Afganistán con un gasto astronómico entre 2 y 5 billones (¡!) de dólares la tienen en la “sinsalida”.
En septiembre de 2008 se derrumbó un pilar financiero mundial, Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión más grande de Estados Unidos y uno de los más grandes del mundo. Dos historiadores estadounidenses Eichengreen y O´Rourke plantearon, a ese propósito, en una comparación de la crisis de 2009 con la de la Gran Depresión de 1929—el punto de referencia obligado para estudio de la situación actual—que “globalmente estamos en situación análoga, si no peor, que en la Gran Depresión, tanto si la métrica es la producción industrial, como sin son las exportaciones o los valores de las acciones. Estamos ante un acontecimiento que tiene todas las dimensiones de una depresión.” De lo que están hablando los economistas es de “una recesión dentro de la depresión”. Esta recesión-depresión lo que ha producido es un terremoto en el mundo de los economistas, mundiales y nacionales. Se les acabó la palabra a los neoliberales clásicos de la era de los Friedman o a los de la era de los Keynes o al moderno Premio Nobel, Krugman, entre el neoliberalismo y el keynesianismo, que se ha referido a la situación actual como “Gran Depresión a medias” o también “Gran Depresión menor” y, aún a Stglitz, que todavía cree en los restos de la “autoridad moral” de Estados Unidos—si bien bastante disminuida—como su último recurso.
Esta crisis intelectual y teórica de los economistas fue lo que llevó la gente a recurrir en la feria del libro de Frankfurt, hace dos años, a El Capital de Marx en búsqueda del análisis de las crisis que desarrolla en su tomo tercero. De allí desarrolló Lenin su teoría del imperialismo como la etapa superior del capitalismo con el poderío del capital financiero, el dominio directo e indirecto de los países más poderosos sobre los más débiles y la consecuencia ineludible de la guerra para defender su supremacía o expandir su dominio. En un artículo publicado en la revista Deslinde hace un año, Raúl Fernández y Bernardo Useche, profesores universitarios en Estados Unidos, concluían su análisis de la crisis de Estados Unidos, partiendo del los capítulos de Marx: “Todo indica que la crisis no ha tocado fondo: los embargos de casas continúan, así como el descenso de los precios de bienes inmobiliarios; la demanda agregada del consumidor permanece en el suelo; el crecimiento del desempleo empeorará la situación del sector de hipotecas lo cual a su vez incidirá sobre la situación financiera de los bancos; las quiebras de bancos continuarán; o sea, que la crisis, en este momento, aparece como un huracán que sigue creciendo en intensidad.” (Deslinde, No. 44) Por eso, ciento veinte años antes, Carlos Marx consideraba estas crisis inherentes al sistema capitalista y planteaba: “en un sistema...en que toda la trama del proceso de reproducción descansa sobre el crédito, cuando éste cesa repentinamente y sólo se admiten los pagos al contado, tiene que producirse inmediatamente una crisis, una demanda violenta y en tropel de medios de pago.” (El Capital, t. III, cap. XXX)
Datos del autor:
Ph.D. en Ciencia Política de Claremont Graduate School, Estados Unidos. Profesor de las Universidades Antioquia, Nacional y Distrital de Bogotá. Miembro del Comité Ejecutivo de FECODE, 1975-1998. Asesor del Centro de Estudios e Investigaciones Docentes, CEID. Miembro del Comité Ejecutivo del Polo Democrático Alternativo. Autor de libros: Colombia siglo XX, Ensayos sobre historia de Colombia, La educación colombiana, Historia de las ideas políticas en Colombia (ed.). Colaborador permanente de las revistas Educación y Cultura y Deslinde.
0 comentarios:
Publicar un comentario